La pataleta del directivo de la mina de oro
Parece que se ha picado un directivo, comisionista o embaucador de una empresa canadiense, titular de siniestras concesiones auríferas. Su salida de pata de banco, o pataleta, de niñato caprichoso, nos ha definitivamente salvado de la mancha terrícola envenenada con la que querían desde el otro lado del charco abrirnos en canal, dejando pronto mayores miseria, paro y suciedad donde, con legitimidad, se pretendía blasonar el paraíso natural tapiego.
Mala suerte tenemos en la región con algunos foráneos que nos maldicen por no dejar que se forren con nuestra ingenuidad. “En mi hambre mando yo” se atribuye a un digno jornalero andaluz que emocionaba a mis admirados Salvador de Madariaga y J. L. Sampedro.
Ha poco, otro capitoste, en el centro norte de la región, se quejaba de algunos costes que quería ahorrar sin esforzarse demasiado; gastos que no eran muy distantes de lo que él personalmente se embolsaba por poner el morro de cemento; y más antes recibí a otro cuyo único objetivo era “cortar cabezas” sin importarle el porvenir del resto de los trabajadores y ¡hasta de su propia empresa en encomiable beneficio! Incluso hay quien sádicamente se niega a admitir a 55, engañados como ha reivindicado un editorial de LA NUEVA ESPAÑA, aunque se necesiten ante la carga de trabajo próxima.
En los años sesenta, presos de un esquema simplón, no atendimos la advertencia de algún teórico sobre el mundo que se nos avecinaba en manos de tecnócratas suculentamente pagados, dispuestos a la mayor crueldad social y ambiental, ajenos incluso a sus propios dispersos y anónimos accionistas.
Tras los correspondientes insultos, el vecino del Niágara jamás se atrevería a insinuar la depredación del paisaje de sus cataratas ni tan siquiera de la maravillosa arboleda circundante del Québec y del Ontario. Pues eso: en Asturias, tampoco. Gracias, Gobierno regional; gracias, Maqueda… gracias, Cuco, y demás vecinos y Plataforma Oro No por vuestra capacidad de aguante y clarividencia.
“Ladran porque cabalgamos”. Orson Welles creyó tomarlo de Cervantes, pero vale que lo diga “Agamenón o su porquero”, por cierto en boca de un personaje machadiano, maestro que habría fallecido en ¡Casariego de Tapia!
Antonio Masip. Oviedo.
Los caraduras de siempre, una vergüenza